Gema Luna
El niño necesita moverse en libertada para formarse íntegramente como ser humano. Desde que comienza a andar y hasta los siete años, el niño debe tener la oportunidad de crecer en un ambiente de juego libre donde pueda explorar y descubrir el mundo y a las personas que le rodean.
En la mayoría de las escuelas se tiende a trabajar el intelecto por encima de todo pensando que así, el niño llegará a tener un futuro asegurado de empleo y amplios conocimientos. Esto es un tremendo error. Si en la primera infancia le mantenemos sentado, concentrado, prestando atención y rellenando fichas, nada tiene sentido para él. Todo esto se propone, además, desde la exigencia de un aprendizaje que no se corresponde con el desarrollo intelectual del niño en esta etapa, por lo que se desmotiva con facilidad, se muestra apático y pierde el interés por ir al colegio.
El juego es el verdadero trabajo del niño. Todas las habilidades intelectuales, psicológicas y sociales se hallan integradas en el juego pero para que el niño realice un auténtico aprendizaje, debemos dejarle jugar en libertad. El adulto debe suponer para él, un ejemplo digno a imitar, por lo que es importante que las actividades que haga delante del niño sean de utilidad para él.
Cuando los mayores leemos un libro o miramos el móvil, el niño no encuentra sentido a nuestro acto y hace lo posible por llamar nuestra atención. Sin embargo, podemos ofrecerles una gran variedad de herramientas para su aprendizaje mientras estamos cosiendo, trabajando la madera, lavando a mano, doblando ropa, limpiando cristales, cocinando… Cualquier labor del hogar o de bricolaje podría ser una gran lección para el niño, sobre todo, cuando lo hacemos con conciencia y delicadeza. De este modo, le estamos transmitiendo que con esfuerzo, paciencia y dedicación, podemos hacer cualquier cosa.
Cuando el niño juega en libertad y en contacto con la naturaleza, hace uso de su fantasía pero su aprendizaje es real. Puede jugar a fabricar una cabaña con troncos o colocarlos formando una carretera mientras uno de ellos se convierte en un coche, o pueden ser animales que suben montañas o teléfonos para hablar entre ellos,… un mismo tronco puede tener innumerables posibilidades pero el niño está jugando con un material verdadero, que tiene formas irregulares, una determinada textura, un peso, un olor, un color…
El niño descubre el mundo a través del juego. Una torre formada a partir de piezas de plástico encajables no tiene muchas opciones de juego pero una torre formada con troncos de diferentes tamaños, formas y pesos, es una verdadera obra de arquitectura en la que el ingenio y la destreza son protagonistas. Por lo tanto, es nuestra labor ofrecerle una amplia variedad de materiales (piedras, conchas, bloques de madera, lanas, telas,…) con los que jugar e imitar a los mayores y un espacio donde pueda correr, saltar, cavar, trepar… y desarrollar su motricidad con toda libertad.
Por último, cabe señalar que tras el juego llega el momento de recoger y aquí es donde el adulto debe tener presente que no sólo se trata de dejarlo todo en orden sino que éste supone un auténtico trabajo de selección y clasificación. Si disponemos el espacio del niño de forma que cada cosa se coloque en su lugar correspondiente, le estaremos ayudando a hacer un reconocimiento de los materiales en profundidad. Podemos colocar cestos, cajas o baúles a su alcance donde poder ordenar los juguetes y dejarlos listos para la aventura que comenzará al día siguiente.
Si dejamos que los niños se muevan y jueguen en libertad, les aseguraremos una infancia feliz y una vida adulta llena de posibilidades, ganas de emprender y seguridad para enfrentarse a las dificultades.
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